Solo quiero tener unas letras
para mí mismo, luego torcerlas un poco y poder mostrarlas a otros.
Después
quisiera poder volverlas a mis manos y
arrojarlas al suelo, recoger sus fragmentos rotos y unirlos en una cubeta con
papel y pegamento, arrojarles fuego, madera, plásticos, puede que algunas
pinturas para que los colores brinquen entre tanto caos.
Con martillo y clavos les uniré
las partes que no saben cómo encajar con el resto, otras se van fundiendo y
moldeando, y las que aún se resisten al proceso se verán inmersas en el
pegamento y la pintura que se seca desde el fondo de aquel recipiente.
Semejante monstruo que acaban
siendo tras tanta revoltura, pero serían mías esas palabras una vez más antes
de fotografiarlas y subirlas a la red para que algunos las vean, otros pasen de
ellas y muchos más ignoren su propia existencia.
Imprimiría esas fotos y junto al
monstruo deforme en la cubeta, llevaría todo al jardín y trataría de hablarles
más, escribir en los contornos, en los giros y las puntas; hablar de ese
monstruoso contenido de ideas que se empieza a volver una pequeña vorágine que
sigue consumiéndose a sí misma y sus ramificaciones.
Nuevamente recurriría al fuego,
quiero ver a esas letras arder, gritar desde sus sombras entintadas, ver como
se retuercen y corren de un sitio al otro, alejándose del humo, alejándose del
fuego y los contornos marchitos; quiero ver como caen desde la parte más alta
de ese monstruo hacia la parte baja de la cubeta entre llamaradas amarillentas
y verdosas contaminantes.
Ah fuego, lo has dejado hecho
todo cenizas y desastre, pero es perfecto en su deformidad, son letras que se
ven perseguidas, destruidas, purgadas, quemadas y ahora junto al resto de la
cubeta las arrojo en una fosa común junto con tierra, hojas secas, huesos rotos
y piezas de ajedrez.
Cubro la tumba y riego la tierra removida con agua, desechos tóxicos
y algo de jerez para ver que pueden hacer esas quemadas letras.
Un temblor me avisa que están
vivas, o cobrando nueva vida, pero pensándolo un poco mejor, quiero creer que
algo surge desde dentro de tremenda mazacote de cubeta quemada y tantos
adherentes que arrojé sobre ella.
De las profundidades empieza a
surgir un tallo que se abre de pronto como una sombrilla. Es verdad, no podía
esperar un árbol de tanta mezcolanza, pero un hongo gigantesco tiene tanto más
sentido…
Los poetas y los científicos
suelen quedarse dormidos bajo árboles. Hacen esto, creo, para que les susurren
en sueños los secretos de las profundidades, un mundo natural alabado en
versos, un mundo entero lleno de misterios que la ciencia desea con garras,
métodos y experimentos.
Mientras los filósofos se arrojan
al suelo a ver el cielo; ven tantas formas en las nubes que todo les parece
efímero y hablan de cuevas, sombras y de un sentido carente de sí mismo y
desperdigado por ahí en pequeños trozos a lo largo de nuestro supuesto
universo.
Pero ahora me encuentro frente a
un gigantesco Fungi, un rey natural de un reino más extraño que el de los
animales y las plantas.
Los poetas lo alaban, pero agobian
con tantos versos, métricas y sus tan comunes depresiones dentro de vasos de
coñac. Ahh, pero los científicos cómo se centran en comerlos, sí, se alimentan
de ellos y los ponen en libros, lo hacen para sentirse listos, pero si alguno
les cae más extraño/pesado y les lleva en un viaje inesperado, se vuelven filósofos y
siguen en su mundo efímero.
En lo que unos y otros resuelven
que hacer, me sentaré a su sombra, recargaré el cuerpo en el tallo y tomaré una
siesta que me lleve a un sueño.
Ese sueño es donde están mis
palabras, mis letras y mis tan maltratados, usados y reusados deseos. Surgen
desde una tierra no tan profunda, mutan con las toxinas, se tambalean con el
jerez y fluyen como el agua que les dejó
nacer.
Fuego y el humo las enmascararon,
ahora las veo crecer y montarse en diversas partes con todos los pigmentos,
plásticos, clavos y maderas que arrojé con ellas.
Y me hundo desde este pequeño
alfa a un gamma, mis ojos entrecerrados ahora se abandonan del mundo y se
abstraen, caen a lo largo de un gran rio y veo las ciudades verticales formarse
de recuerdos y contenidos de mi cerebro.
Ahí están los libros y sus
constructos junto con sus tapas y sus palabras,
a un lado están mis recuerdos y entre ellos nudos y enredaderas, puentes
de ideas y del tiempo en que se fusionan unas con otras.
Una sombra se arroja a la
distancia y planea con sus brazos y piernas alrededor hasta volverse y caer en
picada al fondo del sueño, el sitio hacia donde aparentemente voy.
Ese pequeño momento en que pasaste
cerca de mí, lo entiendo en tantas abstracciones como el léxico me lo permite;
ese sueño donde te vi y te besé con tanto deseo, es tan verdadero como la
alucinación que me causa dormir cerca de este hongo, pues sé que es sueño y
sombra de una caverna, producto de mis
neuronas atrofiadas y confusas en estados delta, producto de mis palabras tan
deseadas y escritas por todo mi Neocórtex. Pero creo en esa caverna y la luz
fuera de ella.*
Creo, ahora que lo pienso, que el
cerebro se parece a un hongo y las palabras son sus más de mil efectos y
formas, las sustancias que contienen los debrayes a los que nos arrojan de repente.
Despierto y el hongo de ha ido.
Busco la tierra removida, pero el
pasto y las rocas cubren todo, como si nunca hubiera existido. Hay hojas con
notas tiradas por todas partes y recuerdo que perseguía las hojas arrasadas por
el viento.
Finalmente las he recuperado
todas, o casi todas, aún resta una tirada.
La levanto y una pequeña sonrisa
viene, la hoja está en blanco, pero las letras húmedas se traspasaron al
pequeño hongo a un lado.
- Natanael -
No hay comentarios:
Publicar un comentario