sábado, 6 de abril de 2013

Existe otro reloj.



Qué es un reloj, sino un vago recuerdo de lo que se llama pasado, una ligera ilusión del supuesto futuro y un peso metálico del presente, lo único real.

Hay más de una de estas maquinarias de ilusión y cada una posee cualidades distintas.

Tengo un reloj, lo suelo usar para saber a qué hora tengo que hacer las cosas. Su carátula sin números me suele acompañar durante mis viajes diarios, en una especie de cotidianidad, un diario caminar entre asfalto, grava y acera en la ciudad.

Dentro de esa caja plateada se encuentran las horas repartidas a éste mundo, al aspecto que se llama normal. Cada giro en sus oscuras manecillas, cada dígito en su calendario me indican las actividades, el tiempo que me resta, el tiempo que aparenta existir.

Suelo usar otro cuando viajo. No un tanto a ciudades, sino a eventos, a portales a través de los que accedo a una confluencia completamente distinta. Una armonía entre la cacofónica normalidad.
Pero hay otro reloj…

No es del tipo con correas y hebillas como los otros, ni suelo cargarlo, llevarlo a viajes o incluirlo en la cotidianeidad.  Su caja es negra,  con los doce marcados en romano. Al centro de su tapa también tiene un pequeño ojo, una ventana a su interior que permite ver las manecillas señalando.
La parte de atrás también tiene su ventana hacia el interior, muestra el metálico corazón girando, desenrollándose y teniendo un ritmo propio.

Sus horas cuentan una historia distinta a los otros. Cuentan la historia secreta, ocultos deseos de la mente, añoranzas en las horas taciturnas, destellos de una ficción que rivaliza con la realidad.
Abrir la tapadura y verlo trabajar, verlo vivir en mecánica instancia me lleva a un destino distinto, un desliz de la realidad en algo más que éste suelo, éste aire, éste sitio.

Es diferente pensar en el tiempo que hay para hacer las cosas que se tienen que hacer, al tiempo que uso para hacer cosas.

Unos cuantos giros sobre la maquinaria, dejar que el muelle gire y le dé vida al péndulo que a su vez, en maravillosa armonía, gira los engranajes y hacer que el segundero dance alrededor, acariciando las horas, mientras que el minutero lleva el vals mayor.

Tiempo en la ficción, visión de un mundo interior, extrapolado a tics y tacs, destinado a girar en efímera dimensión que nuestra imaginación nos hace creer real.

Son robados unos cuantos giros para mí mismo, durante la noche y la madrugada en la actividad, tomando del cansancio unos cuantos sueños y vertiéndolos en notas, hojas o libretas mientras las brujas siguen afuera brillando en las montañas.

Porque el tiempo y las letras son una abstracción, medios en que se crea la realidad; entre lo que es, cómo sería o lo que podría ser, la redacción de la idea y el supuesto lapso en que esa idea transcurre o lo vieja que es.

Las letras se oxiden si pasan demasiado dentro de un cajón, el tiempo se olvida cuando se está dentro de la abstracción.

Una idea perdura y logra romper la prisión del tiempo, toma su época, forja su esencia y se deslinda de su supuesta fecha.

Cronos despierta sumergido en una bañera de tinta y danzante invoca a otras criaturas sempiternas en el espacio en blanco que ha dejado una Supernova.