viernes, 30 de noviembre de 2012

Un portal



Prefiero mil veces a los ángeles caídos, que tus carencias, ilusiones y promesas perdidas.

Brujas, monstruos, goblins, demonios, me habito y habitúo entre ellos, en la noche y su opulencia, en la perdición sin memorias, solo dejo que sigan con su danza nocturna, que prevalezcan.

Que quede este ardor en la espalda, ojos rojizos por cansancio, resaca tras la noche, ensoñación y recuerdo; el aroma carniforme, la desmesura de la memoria.

Sentir escozor en el cuello y la vibración aún punzante en mis oídos, sordera metalera, fierro, hierro en la sangre que me mueva.

Pensar en el día anterior, antes que abandonarme al silencio y la penumbra.

Que no eres más que sangre en mis recuerdos, de las agonías varias; llegas a ser la nocturna y centelleante  a la que temo al ir a dormir, a la que añoro al despertar.

Me niego al día brillante, nefasto sin ser tú, luz, un vil y mísero engaño.

Rechazo al sueño, pero más a la puerta.

Solo la muestra  onírica y nevada, un leve y risueño sonido que más allá de la caída sobreviene, más real que de la realidad perdura.

Aquella entrada, decorada por sauces y vientos otoñales, donde los sonidos del viento resuenan en canicas chocando entre sí. Ese portal viejo que labramos durante el invierno, el que logra abrir los bosques eternos, sus lagos frescos, sus ninfas y sus elfos.

Creía que era temporal, pero te mantienes como pieza de esta misma esencia, eje de pasiones desenfrenadas, ideal y deseo, daga en el costado que me resta energía vital y al mismo tiempo, un delicioso dolor que me provoca seguir las letras y los sueños.

Carencia eres, olvido de mi bien y sentido del desamparo a la noche de invierno.
Olvido y sequía, una oleada, maremoto destructor, benefactor de la naturaleza, pero la perdición al final de todo.

Y perdura… lo que perdura es ese olvido, el viento gritando, desgarrándose en realidades alternas, vislumbre de horas taciturnas. Susurros de la tierra. Guturales cantando a ritmos desenfrenados, guiándome en el camino de la noche.

Y sigo esa vía nocturna, el camino de las diosas y las brujas, las pisadas de Na’Ammah aún frescas en la hierba.

Temblor.

Y cantan…

Gritan…

Proclaman el fuego, llenan el firmamento de humo y sombras, acarrean los hechizos y los demonios, atraen la energía y suspiros incluso de entre los muertos.

Ni siquiera se puede tocar, son las palabras al viento, una idea arrojada al vacío en caída, el frío en los dedos mientras redacto.

Última esperanza es despertar, darme cuenta que estoy en la calle verde, ese mundo lejano; una vecindad creada en la cuerda cósmica vibrando a desmedida velocidad.

Solo brillante por un choque ultramar en un firmamento blanquecino, ese momento en que ambos dejan de existir, se funden, y en un atronador rayo queman todo lo que se encuentra alrededor.

Ese aroma cenizas y fuego, todo resplandece y las raíces de la ceiba se abren.

¿Un portal? , ¿Angustia? , cuando camino en ese lugar, no importa la estación, encuentro el camino indicado, es el mundo real.

Dejo la sombra y cierro los ojos con fuerza.

- - -Natanael - -

jueves, 15 de noviembre de 2012

Insectium Photoae

Foto por Antonio Tachiquin

Cada momento es construido en cientos de actos, instantes a los que podríamos catalogar como imágenes. 

Se forma una imagen, que es recuerdo frente al espejo, recuerdo de la calle, recuerdo del trabajo o incluso de mirar alrededor.

La fotografía se ha dedicado a tomar éstas imágenes y sumergirnos en una hiper-realidad; nuestro mundo se potencia a través de nuevas formas sensibles, de mecanismos que nos hacen pasar del “ver” al “observar”.

Se abre un mundo invisible a los ojos con estos lentes.

Y de pronto aparecieron frente a nuestros ojos…

Siempre han estado ahí, pero ahora realmente los vemos. Caminan entre nosotros, o pasan cerca volando con maestría. Tejiendo o viviendo su metamorfosis.

Nos recuerdan lo delicado y pequeño que puede ser el balance en un mundo desproporcionado y agigantado, con sus edificaciones elevándose vertiginosamente hacia el cielo y sus incursiones bajo tierra.

Por muy lejos o cerca que estuviere el hombre, sin importar realmente que tan solo se sintiera, en realidad nunca estaría del todo solo. 

Los insectos nos han acompañado desde antes del nacimiento del sapiens, a través de cuevas, praderas, templos, ciudades, guerras, pestes, el vuelo, la incursión al espacio, en la vida y la muerte. 

Nuestra memoria como seres vivos ha estado acompañada siempre en imágenes, pequeñas prisiones más allá del tiempo, por estos pequeños partícipes efímeros que traen vida, cambian de tamaño, transforman su ser, reparten semillas y polen y extrapolan sus sentidos más allá de lo que imaginamos.

En ese momento se escuchan los clicks, los flashes, sonidos fotográficos… y los inmortalizamos a nuestra manera tan humana.

Deseo ferviente de ver de frente a nuestros compañeros terráqueos más pequeños e ignorados y darles un lugar. Reconocer que ellos como nosotros, vivimos bajo un mismo techo. 

Pues el mundo muy bien podría vivir sin hombres, florecería, pero sin insectos, solo sería un silencioso desierto.


Foto por Antonio Tachiquin

Link del Fotógrafo - Antonio Tachiquin
phototono.blogspot.mx

Se podría decir que es un texto-encargo para la exposición de Fotografía de Antonio Tachiquin presentado por INBA. En cuanto esté la exposición, actualizo esta entrada para agregar el link(s) necesario.

-Natanael de A'stav Jun-

domingo, 4 de noviembre de 2012

Debraye Fungi



Solo quiero tener unas letras para mí mismo, luego torcerlas un poco y poder mostrarlas a otros.

Después quisiera poder volverlas  a mis manos y arrojarlas al suelo, recoger sus fragmentos rotos y unirlos en una cubeta con papel y pegamento, arrojarles fuego, madera, plásticos, puede que algunas pinturas para que los colores brinquen entre tanto caos. 

Con martillo y clavos les uniré las partes que no saben cómo encajar con el resto, otras se van fundiendo y moldeando, y las que aún se resisten al proceso se verán inmersas en el pegamento y la pintura que se seca desde el fondo de aquel recipiente.

Semejante monstruo que acaban siendo tras tanta revoltura, pero serían mías esas palabras una vez más antes de fotografiarlas y subirlas a la red para que algunos las vean, otros pasen de ellas y muchos más ignoren su propia existencia.

Imprimiría esas fotos y junto al monstruo deforme en la cubeta, llevaría todo al jardín y trataría de hablarles más, escribir en los contornos, en los giros y las puntas; hablar de ese monstruoso contenido de ideas que se empieza a volver una pequeña vorágine que sigue consumiéndose a sí misma y sus ramificaciones.

Nuevamente recurriría al fuego, quiero ver a esas letras arder, gritar desde sus sombras entintadas, ver como se retuercen y corren de un sitio al otro, alejándose del humo, alejándose del fuego y los contornos marchitos; quiero ver como caen desde la parte más alta de ese monstruo hacia la parte baja de la cubeta entre llamaradas amarillentas y verdosas contaminantes.

Ah fuego, lo has dejado hecho todo cenizas y desastre, pero es perfecto en su deformidad, son letras que se ven perseguidas, destruidas, purgadas, quemadas y ahora junto al resto de la cubeta las arrojo en una fosa común junto con tierra, hojas secas, huesos rotos y piezas de ajedrez.

Cubro la tumba y riego  la tierra removida con agua, desechos tóxicos y algo de jerez para ver que pueden hacer esas quemadas letras.

Un temblor me avisa que están vivas, o cobrando nueva vida, pero pensándolo un poco mejor, quiero creer que algo surge desde dentro de tremenda mazacote de cubeta quemada y tantos adherentes que arrojé sobre ella.

De las profundidades empieza a surgir un tallo que se abre de pronto como una sombrilla. Es verdad, no podía esperar un árbol de tanta mezcolanza, pero un hongo gigantesco tiene tanto más sentido…
Los poetas y los científicos suelen quedarse dormidos bajo árboles. Hacen esto, creo, para que les susurren en sueños los secretos de las profundidades, un mundo natural alabado en versos, un mundo entero lleno de misterios que la ciencia desea con garras, métodos y experimentos.

Mientras los filósofos se arrojan al suelo a ver el cielo; ven tantas formas en las nubes que todo les parece efímero y hablan de cuevas, sombras y de un sentido carente de sí mismo y desperdigado por ahí en pequeños trozos a lo largo de nuestro supuesto universo.

Pero ahora me encuentro frente a un gigantesco Fungi, un rey natural de un reino más extraño que el de los animales y las plantas. 

Los poetas lo alaban, pero agobian con tantos versos, métricas y sus tan comunes depresiones dentro de vasos de coñac. Ahh, pero los científicos cómo se centran en comerlos, sí, se alimentan de ellos y los ponen en libros, lo hacen para sentirse listos, pero si alguno les cae más extraño/pesado y les lleva en un viaje inesperado, se vuelven filósofos y siguen en su mundo efímero.

En lo que unos y otros resuelven que hacer, me sentaré a su sombra, recargaré el cuerpo en el tallo y tomaré una siesta que me lleve a un sueño.

Ese sueño es donde están mis palabras, mis letras y mis tan maltratados, usados y reusados deseos. Surgen desde una tierra no tan profunda, mutan con las toxinas, se tambalean con el jerez  y fluyen como el agua que les dejó nacer.

Fuego y el humo las enmascararon, ahora las veo crecer y montarse en diversas partes con todos los pigmentos, plásticos, clavos y maderas que arrojé con ellas.

Hacen siluetas y formas.

Y me hundo desde este pequeño alfa a un gamma, mis ojos entrecerrados ahora se abandonan del mundo y se abstraen, caen a lo largo de un gran rio y veo las ciudades verticales formarse de recuerdos y contenidos de mi cerebro.

Ahí están los libros y sus constructos junto con sus tapas y sus palabras,  a un lado están mis recuerdos y entre ellos nudos y enredaderas, puentes de ideas y del tiempo en que se fusionan unas con otras.

Una sombra se arroja a la distancia y planea con sus brazos y piernas alrededor hasta volverse y caer en picada al fondo del sueño, el sitio hacia donde aparentemente voy.

Ese pequeño momento en que pasaste cerca de mí, lo entiendo en tantas abstracciones como el léxico me lo permite; ese sueño donde te vi y te besé con tanto deseo, es tan verdadero como la alucinación que me causa dormir cerca de este hongo, pues sé que es sueño y sombra de una caverna, producto de mis neuronas atrofiadas y confusas en estados delta, producto de mis palabras tan deseadas y escritas por todo mi Neocórtex. Pero creo en esa caverna y la luz fuera de ella.*

Creo, ahora que lo pienso, que el cerebro se parece a un hongo y las palabras son sus más de mil efectos y formas, las sustancias que contienen los debrayes  a los que nos arrojan de repente.

Despierto y el hongo de ha ido.

Busco la tierra removida, pero el pasto y las rocas cubren todo, como si nunca hubiera existido. Hay hojas con notas tiradas por todas partes y recuerdo que perseguía las hojas arrasadas por el viento.

Finalmente las he recuperado todas, o casi todas, aún resta una tirada.

La levanto y una pequeña sonrisa viene, la hoja está en blanco, pero las letras húmedas se traspasaron al pequeño hongo a un lado.

- Natanael -