viernes, 30 de marzo de 2012

Ritual


 
 Se crea el fuego, la llamarada que ilumina el camino, el sendero que siguen los danzantes. 


Alzándose al cielo, el humo crea espirales, círculos y se entrama en complejas rutas; los astros iluminan los ojos de los actores, sujetos a su poder. El círculo de fuego señala la tierra, el punto de partida y de vuelta.


En el ensamble se crea un mar profundo, danzantes, ser y mundo se sumergen en el trance.


Entonces el ritual desgarra y  entra al cuerpo; la deconstrucción del yo, las partes primigenias que alguna vez tornaban en estratos la realidad, se ven a sí mismas desunidas en piezas, marcas en la tierra señalan su conexión y alrededor las flamas acarician la piel.


Laberinto humeante, trazos efímeros de cada grado onírico. Se alzan astros en el firmamento, las sombras de los danzantes resignifican cada pieza de ese antiguo ser que ahora muere. La deconstrucción llega a un clímax, el ser se vuelve uno con la esencia y el humo entra a su cuerpo a través de sus brazos, piernas, vientre, torso… los ojos expulsan amargura, la boca terror, los oídos vuelcan vapores mórbidos, la falsa naturaleza abandona el cuerpo deconstruido y ahora inerte, empieza a cubrirse con las llamas del fuego. 

 
Los danzantes se detienen; a través de espasmos y contorsiones, el ser despierta y se arrastra alrededor del laberinto de humo, recorre sus sueños y toma sus piezas, se une a sí mismo, se cose, embona su ser y con soldaduras,  vuelca su ser de nuevo a través de las flamas y emerge del círculo.


Sus ojos entonan los astros, sienten una fiebre cósmica

Los oídos se enfocan, escuchan el  paso de los vientos, silencio, noche.

Su boca emite una respiración profunda, respirar tras sofocarse.

Y Ritual es fuego, procedencia del ser, ente que gira inaccesible a la consciencia. 

La voz evoca su esencia, corazón  de las llamas.



martes, 27 de marzo de 2012

Ocaso de una reina


La mesita de noche se iluminaba de la luz del día que entraba por la ventana rota. Los sonidos del bosque seguían ausentes, el ambiente tenía aún aroma a humo y madera quemada. La mitad de la casa estaba carbonizada mientras la última habitación dejaba la sensación de una noche tormentosa.



Una noche donde una casa en el bosque se convirtió en un escenario de batalla. La bruja había encontrado el camino luego de torturar hasta la muerte a varios de sus siervos, y valiéndose de su escolta personal, decidió que aquella noche debía finalizar sus temores.

Poco sabía que aquella chica contaba con siete viejos dispuestos a pelar por ella, robar por ella, , matar por ella.

Así pues, la reina entro con báculo en mano y furia en sus ojos. De inmediato, la cabeza de uno de los viejos rodó tras el golpe certero de uno de los guardias de la reina. Los otros seis gritaron y empuñaron sus dagas de inmediato. El mayor entre ellos tomó a la joven y la llevó a las habitaciones, mientras la encarnizada pelea daba pie al incendio que consumiría la mitad de la casa.

Uno a uno, los escoltas de la reina y los viejos se traspasaban con sus espadas y dagas y llenando el suelo de cuerpos inertes.

La reina observó todo, hasta el último suspiro de los contendientes que le permitió tranquilamente ir hacia las escaleras y buscar a la chica.

La casa se sumió en el más profundo de los silencios. Las habitaciones empezaban a ser devoradas por las flamas y en poco el techo caería sin duda alguna. Solo tenía que encontrarla, arrancarle el corazón, y todo habría acabado.

Tan solo el corazón. La última habitación estaba frente a ella. La puerta se abrió con simpleza, delicadeza y gracia revelando al último de los viejos aguardando por el golpe de la reina.
Una sonrisa se dibujo en el rostro de la reina, solo un estorbo más para el corazón.

Inesperado y repentino fue el golpe que sintió tras de ella, inesperado la sensación de sentirse empujada hacia la habitación, hacia la ventana. Inesperado fue verse a sí misma tirada fuera de la casa en llamas, muriendo por la caída y cientos de cristales atravesándole el corazón.

Las flamas iluminaron el rostro de aquella joven, sus ojos cristalinos y oscuros reflejaban  la noche y su piel pálida se atenuaba dorada y rojiza por las flamas. 

El ocaso de la reina, sería solo el amanecer de otra.