La mesita de noche se iluminaba de la luz del día que
entraba por la ventana rota. Los sonidos del bosque seguían ausentes, el
ambiente tenía aún aroma a humo y madera quemada. La mitad de la casa estaba
carbonizada mientras la última habitación dejaba la sensación de una noche
tormentosa.
…
Una noche donde una casa en el bosque se convirtió en un
escenario de batalla. La bruja había encontrado el camino luego de torturar
hasta la muerte a varios de sus siervos, y valiéndose de su escolta personal,
decidió que aquella noche debía finalizar sus temores.
Poco sabía que aquella chica contaba con siete viejos
dispuestos a pelar por ella, robar por ella, , matar por ella.
Así pues, la reina entro con báculo en mano y furia en sus
ojos. De inmediato, la cabeza de uno de los viejos rodó tras el golpe certero
de uno de los guardias de la reina. Los otros seis gritaron y empuñaron sus
dagas de inmediato. El mayor entre ellos tomó a la joven y la llevó a las habitaciones,
mientras la encarnizada pelea daba pie al incendio que consumiría la mitad de
la casa.
Uno a uno, los escoltas de la reina y los viejos se traspasaban
con sus espadas y dagas y llenando el suelo de cuerpos inertes.
La reina observó todo, hasta el último suspiro de los
contendientes que le permitió tranquilamente ir hacia las escaleras y buscar a
la chica.
La casa se sumió en el más profundo de los silencios. Las
habitaciones empezaban a ser devoradas por las flamas y en poco el techo caería
sin duda alguna. Solo tenía que encontrarla, arrancarle el corazón, y todo
habría acabado.
Tan solo el corazón. La última habitación estaba frente a
ella. La puerta se abrió con simpleza, delicadeza y gracia revelando al último
de los viejos aguardando por el golpe de la reina.
Una sonrisa se dibujo en el rostro de la reina, solo un
estorbo más para el corazón.
Inesperado y repentino fue el golpe que sintió tras de ella,
inesperado la sensación de sentirse empujada hacia la habitación, hacia la
ventana. Inesperado fue verse a sí misma tirada fuera de la casa en llamas,
muriendo por la caída y cientos de cristales atravesándole el corazón.
Las flamas iluminaron el rostro de aquella joven, sus ojos
cristalinos y oscuros reflejaban la noche y su piel pálida se atenuaba dorada y
rojiza por las flamas.
El ocaso de la reina, sería solo el amanecer de otra.
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