Prefiero mil veces a los ángeles caídos, que tus carencias,
ilusiones y promesas perdidas.
Brujas, monstruos, goblins, demonios, me habito y habitúo
entre ellos, en la noche y su opulencia, en la perdición sin memorias, solo
dejo que sigan con su danza nocturna, que prevalezcan.
Que quede este ardor en la espalda, ojos rojizos por
cansancio, resaca tras la noche, ensoñación y recuerdo; el aroma carniforme, la
desmesura de la memoria.
Sentir escozor en el cuello y la vibración aún punzante en
mis oídos, sordera metalera, fierro, hierro en la sangre que me mueva.
Pensar en el día anterior, antes que abandonarme al silencio
y la penumbra.
Que no eres más que sangre en mis recuerdos, de las agonías
varias; llegas a ser la nocturna y centelleante a la que temo al ir a dormir, a
la que añoro al despertar.
Me niego al día brillante, nefasto sin ser tú, luz, un vil y
mísero engaño.
Rechazo al sueño, pero más a la puerta.
Solo la muestra onírica y nevada, un leve y risueño sonido que
más allá de la caída sobreviene, más real que de la realidad perdura.
Aquella entrada, decorada por sauces y vientos otoñales,
donde los sonidos del viento resuenan en canicas chocando entre sí. Ese portal
viejo que labramos durante el invierno, el que logra abrir los bosques eternos,
sus lagos frescos, sus ninfas y sus elfos.
Creía que era temporal, pero te mantienes como pieza de esta
misma esencia, eje de pasiones desenfrenadas, ideal y deseo, daga en el costado
que me resta energía vital y al mismo tiempo, un delicioso dolor que me provoca
seguir las letras y los sueños.
Carencia eres, olvido de mi bien y sentido del desamparo a
la noche de invierno.
Olvido y sequía, una oleada, maremoto destructor, benefactor
de la naturaleza, pero la perdición al final de todo.
Y perdura… lo que perdura es ese olvido, el viento gritando,
desgarrándose en realidades alternas, vislumbre de horas taciturnas. Susurros
de la tierra. Guturales cantando a ritmos desenfrenados, guiándome en el camino
de la noche.
Y sigo esa vía nocturna, el camino de las diosas y las brujas,
las pisadas de Na’Ammah aún frescas en la hierba.
Temblor.
Y cantan…
Gritan…
Proclaman el fuego, llenan el firmamento de humo y sombras,
acarrean los hechizos y los demonios, atraen la energía y suspiros incluso de
entre los muertos.
Ni siquiera se puede tocar, son las palabras al viento, una
idea arrojada al vacío en caída, el frío en los dedos mientras redacto.
Última esperanza es despertar, darme cuenta que estoy en la
calle verde, ese mundo lejano; una vecindad creada en la cuerda cósmica
vibrando a desmedida velocidad.
Solo brillante por un choque ultramar en un firmamento blanquecino,
ese momento en que ambos dejan de existir, se funden, y en un atronador rayo
queman todo lo que se encuentra alrededor.
Ese aroma cenizas y fuego, todo resplandece y las raíces de
la ceiba se abren.
¿Un portal? , ¿Angustia? , cuando camino en ese lugar, no
importa la estación, encuentro el camino indicado, es el mundo real.
- - -Natanael - -
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