miércoles, 11 de noviembre de 2015

Rupestre

Perseguí trece días la luz por toda la ciudad. Finalmente la perdí en medio de un callejón de paredes marchitas y puertas cerradas.

Desistí.

Decidí no desistír un instante después de pensarlo. 

Le pedí a un amigo prestada su casa de campaña y volví al mismo lugar donde aguardé a encontrar la luz o alguna otra señal pero ho hubo nada.

El sueño se reveló a la octava noche de frio, cansacio, desvelo y latas de atún vacias en el callejón.

En él, había una figura casi humana danzando alrededor de la puerta, dentro y fuera de ella, jugaba con una esfera, pero no un cristal ni pelota, sino la forma real de la esfera de luz que yo buscaba.

Esa misma mañana me hice de una tiza y recordando las sombras que quedaron en mi mente esa noche, dibujé la figura que brincaba y danzaba entorno a la luz.

La tarde golpeo con su calor y luz todo el callejón, por lo que nadie, fuera de mi, notó el brillo saliendo de la puerta bloqueada con cemento. La figura se movía en la pared, danzaba en dos dimensiones alrededor de la puerta ahora iluminada por la esfera. Esta giraba y revoloteaba en su mismo sitio.

Quize tocarla.

Traté de ir hacia ella.

La puerta se abrió con la luz de la esfera, el danzante me tomó de la mano y me jaló hacia el nuevo portal creado en la luz.

Desperté a la mañana siguiente exaltado, la luz me había llevado de vuelto al origen, a casa. Tomé la antorcha y volví a mis pinturas en las cuevas. 

Ya había logrado hacer casas, animales y personas, la cacería, la pesqua y nuestros cultivos habían empezado a funcionar y el hechizo seguiría... siempre que las cuevas estuvieran pintadas con todo ello. 

"Cada pintura crea el mundo...", eso decía el chamán, "sin animales, no hay caza, sin peces, no hay pesca, sin hombres, desapareceremos".

La pregunta ahora era, ¿cómo pintaría el portal y el futuro?


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