Torres alzándose altas, curvas y
macabras al cielo. El sonido de los pasos tras la puerta oscura te hace
imaginar a las criaturas que estarán tras de ella, reptando, corriendo,
cojeando incluso.
No bastará con acercarse a la muralla, no si la curiosidad impera ante la voluntad, y aquella cuerda aún resiste
el peso del cuerpo cansado. Balanceando
el peso, arribar a uno de los peldaños bajo los ventanales permite ver las sombras inquietas alzándose y
danzando alrededor de una gran hoguera.
Tras remover varios trozos del
cristal, los murmullos se convierten en gruñidos, los ligeros golpes se vuelven
roca y madera quebrándose y los monstruos seguían danzando, sin saberse
observados. Rodeando cuidadosamente las paredes del pasillo, todo era cuestión
de llegar a la puerta del vestíbulo.
El gran vestíbulo solo se iluminaba por velas y permitía ver su
gran cantidad de puertas. Cada una enmarcada con símbolos y relieves de
animales. La última a la izquierda tenía cuervos y dragones en todo el contorno
y un símbolo en forma de espiral. Tal vez esa fuera la ruta, mas sin estar del
todo seguro sobre el desino de semejante entrada.
Una escalera larga se alzaba
frente a la puerta, y al seguirla, ésta comenzó
a girar convirtiéndose en un torbellino escalonado, negro y lleno de penumbra
interrumpida por los ruidos de afuera y las luces en las ventanas y
respiraderos.
El último peldaño y una puerta vieja
de madera. Al abrir, un cuarto rojo y cobrizo resplandeció como si la luz del día
estuviera ahí contenida junto a la figura recostada en la cama y sus ojos
brillantes.
Los
monstruos siguieron danzando alrededor del fuego.
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El sonido de un río me llamó la suficiente atención
como para buscar su desembocadura. Algo extraño había en el agua, parecía aullar
y gruñir mientras corría.
Tras los matorrales estaba ya el rio,
fluyendo cristalino y veloz, gruñía, respiraba, y lo vi desembocar desde las fauces
de un gran lobo de roca. Era más que una estatua, parecía estar escarbado en la
cueva y daba vida a las aguas que fluían desde él.
Entré en la boca y seguí el curso
inverso del agua, parecía seguir aullando en la leania mientras recorría la
garganta hasta llegar a lo que consideré
los pulmones.
Debía estar bajo una ladera o
pequeño monte, pues la cueva estaba llena de raíces por todos lados… raíces
brillantes y doradas que me permitían seguir el camino.
Los pulmones acabaron, y el
recorrido por una columna vertebral ígnea me llevó hasta una nueva salida,
desde ahí, el sonido de los aullidos y gruñidos tan solo eran agua corriendo
desde una gran pradera y a lo lejos una ciudad.
Cientos de ladrillos erigían
edificios, torres y murallas. El viento chocaba y gritaba, renegando las
paredes, y el silbido que emitía al alejarse daba una sensación de abandono,
pues solo el viento parecía recorrer la ciudad.
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Una realidad con torres lejanas
en tierras extrañas, llenas de libros y hadas.
Un gran libro abriéndose tras el clic
de un candado del tamaño de una palma.
Desde el centro de las hojas, un
tornado destruye el techo, arrasa con toda la habitación sumerge en colores,
polvo, cenizas y arena la realidad.
Era sumergirse en un mar y
encontrarse a entre las embarcaciones abandonadas a la orilla de la playa.
Espadas, pistolas, plumas y esqueletos tirados por doquier, pero los piratas ya
habían ido a cavar al centro de la isla.
El tiburón, inquieto, nadaba
alrededor de una de las barcas y el tripulante en ésta se limitaba a ver desde
su catalejo. Las sirenas lo seguían llamando, pero él se había quedado sin
remos.
Del otro lado, había una puerta
irreal e imposible a media playa. Parecía sacada de una película surrealista.
Tras la puerta había una serie de
construcciones megalíticas haciendo círculos y marcando figuras. Entre estas
rocas había hadas persiguiendo goblins. Los goblins no podían hacer mucho, pues
las hadas les jalaban las orejas y no los dejaban dormir. Bajo uno de los
Dolmen había un troll durmiendo la siesta, no le preocupaban las hadas pues su
piel era muy gruesa como para sentirlas molestar.
El sol de la tarde brillaba sobre
todo el valle. En el aire se veía una embarcación montada sobre un dirigible y
se mantenía anclada atada a un puente de roca.
Un goblin pasó corriendo por el
puente y cayó en el río por no ver el ancla. Las hadas rien y siguen molestándolo
mientras los otros goblins se esconden.
Es solo una tarde tranquila en
tierras oníricas.