Desde una mesita de descanso, el capitán seguia bebiendo el té mientras su segundo de abordo hacia el trabajo de embarque.
La brisa acariciaba los mástiles, se abría paso entre tablas, cuerdas y hombres para ir y venir a su antojo hacia el grisáceo paisaje.
Era cierto, el clima antojaba tormenta, deseoso de caer en picada sobre las cabezas, ondular las mareas y azotar cuanto fuera posible. el capitán sonreía.

Una parte es ver monumentos ancestrales, recuerdos de un mundo ahora perdido en la memoria humana, reconocible entre las miradas oníricas, reconstruida por expertos en cientos de libros e investigaciones. Aventureros que han encontrado riqueza a sus ojos, autóctonos que protegen la vida de la selva.
Por otro lado, es el deseo de lejanía, de encontrar refugio en la selva, en el sonido que habita más allá de toda cantera, roca y pavimento. Un sitio que represente lo sagrado, lo místico, que renueve el interior, purgue la falta de asombro o emoción y de paso a algo más real, vivo como la tierra, los rios, las cascadas, templos, animales, árboles.
Paz, paz en el interior, que las aguas se calmen y dejen atras la tormentosa noche. Tranquilidad de una tierra húmeda y selvática.
Después de tres años, pisar nuevamente las tierras de los Mayas, visitar la ciudad de K'inich Janaab' Pakal, la tumba de la Reina Roja. En las altas montañas ver el Lugar de los Murcielagos, el ojo de agua en Chamula, Piedras Verdes, Agua Azul y siete colores en las lagunas.
Volver a la Selva.